En busca de la esperanza: apuntes sobre Kaurismäki y el mundo que nos toca («El otro lado de la esperanza»)

El otro lado de la esperanza, la nueva película de Aki Kaurismäki, llega a la cartelera comercial como una suerte de milagro cinematográfico: poético, cómico y político, el filme más reciente del director finlandés mira la crisis social y económica europea con una sensibilidad poco habitual en el cine contemporáneo.

vlcsnap-2017-08-04-20h31m02s506 The Other Side of Hope (2017), de Aki Kaurismäki

Por Iván Zgaib

*Esta nota fue publicada originalmente el 03/08/2017 en Hoy Día Córdoba

 

Khaled se asoma por encima de una tumba de carbón: sale desde adentro de esta montaña rocosa, como un héroe que vuelve a la vida después de haber sorteado una odisea tremenda. Un plano de sus pies sucios bajo la ducha, con el agua arrastrando la mugre fósil sobre los azulejos brillosos hasta las alcantarillas, impregna la pantalla como un relámpago: en apenas unos segundos, ilumina la travesía violenta de este refugiado sirio que llega a Finlandia buscando asilo. Esa es la marca que carga un inmigrante de Medio Oriente abriéndose paso por el corazón de Europa sin pedir permiso. Misteriosa y casi sin palabras, así comienza El otro lado de la esperanza, la nueva película del finlandés Aki Kaurismäki.

Ahí, la historia de Khaled tiene su contraparte: Wikström, un viejo cincuentón, deja a su mujer y su trabajo para abrir un restaurante. A través del encuentro azaroso de estos dos personajes, Kaurismäki construye un filme que es a la vez poético y político, esbozándose en las pantallas de los cines como una fotografía de la Europa contemporánea. En la película hay skinheads decadentes que se pasean por las calles oscuras mientras rompen botellas de alcohol para demostrar su hombría; hay empleados públicos decrépitos que siempre mantienen su corazón escarchado y una economía en terapia intensiva que se cae a pedazos.

¿Cómo filmar el caos desesperanzador del presente histórico? podría ser la pregunta estética y política que subyace al filme, y la respuesta de Kaurismäki vuelve a demostrar que es un visionario sensible para manejar la puesta en escena. Sobre el inicio de la película, por ejemplo, la desilusión de una vieja pareja se expresa con una admirable economía visual; empieza con Wikström armando una valija y termina con un primer plano de su esposa enterrando el anillo de bodas en un cenicero lleno de cigarrillos muertos y promesas rotas. Son dos minutos donde se presenta a los personajes y su situación dramática sin necesidad de diálogos. Más adelante, cuando Khaled declara su situación en la oficina de inmigración finlandesa, Kaurismäki decide filmarlo en un primer plano frontal de dos minutos. El personaje mira casi directo al lente de la cámara, lo cual nos exige verlo a los ojos mientras relata cómo perdió a su familia. El director nos desafía a darle la cara a su personaje, a reconocerlo en sus vivencias más traumáticas, especialmente cuando la burocracia estatal se niega a aceptarlo en Finlandia.

 Todo esto suena extremadamente serio, pero El otro lado de la esperanza logra sostener un tono de humor que resiste a cualquier expresión solemne. Las actuaciones casi inexpresivas, un clásico en la filmografía de Kaurismäki, vuelven a aparecer y se combinan con una destreza formal que nunca deja la emoción fuera de campo. Ante un mundo oscuro y en ruinas, Kaurismäki responde con un acto opuesto: la confianza y el respeto por sus personajes y la camarería entre ellos lo alejan de cualquier moda del misantropismo y lo vuelve casi subversivo.

 Cuando el director cruza los caminos de sus protagonistas, la película instala una suerte de fantasía política acerca de dos hombres que quieren cambiar sus vidas en un contexto adverso: la única manera de hacerlo será uniendo fuerzas. Se trata de una posición afirmativa y esperanzadora, que no es lo mismo que ingenua. Kaurismäki no evade los horrores del mundo: los filma, pero su visión se niega a ser derrotista. Con El otro lado de la esperanza ha hecho una película de un mérito doble: devuelve la creencia en las relaciones humanas y en la capacidad del cine para mirarnos. Este fin de semana, cuando se muestre el filme, las salas oscuras del país se volverán un refugio mucho más amable.

Chicos cool juegan a enfrentar el capitalismo («Nocturama»)

Esta semana, el Cineclub Municipal estrena Nocturama, filme francés enfocado en un grupo de jóvenes que quiere atentar contra el capitalismo. A la vez fascinante y superficial, la película de Bertrand Bonello abre preguntas acerca de las dificultades del cine para imaginar vías de escape a un capitalismo global que parece inmiscuirse en cada rincón de lo cotidiano.

nocturama_05Nocturama (2016), de Bertrand Bonello

por Iván Zgaib

*Esta nota fue publicada originalmente el 29/06/2017 en Hoy Día Córdoba

 

París no va a ser la postal que solemos ver en el cine. No va a ser la ciudad mágica, con los paseos a orillas del río Sena ni el resplandor de las luces cayendo sobre el rostro de algún enamorado. En Nocturama, el nuevo filme de Bertrand Bonello, la fantasía acerca de la ciudad parisina es deconstruida hasta convertirla en un nido de pesadillas: la imagen inicial que se toma desde un helicóptero, abre el encuadre cada vez más hasta capturar la trama urbana en toda su imponencia. Es una magnitud subrayada que se completa cuando la película comienza a mirar a sus anti-héroes, unos jóvenes que parecen cada vez más diminutos en una ciudad encarnada a imagen y semejanza del capitalismo.

 Sobre ese escenario, el comienzo de Nocturama crea una narración elíptica con texturas oscuras y misteriosas: los protagonistas que se mueven entre distintos puntos de la ciudad sin que sepamos bien a dónde, los pasadizos de un subte que se envuelven en sombras y zumbidos embotellados, los alaridos secos de vehículos y bocinazos que suenan en cada calle. El director sostiene los primeros treinta minutos de película mediante una aproximación formal que compone el universo espacial de París y la relación ambigua entre sus personajes. Pronto descubriremos que estos jóvenes se conocen, están organizados y tienen un plan secreto, ¿pero qué van a hacer?

Nocturama es un filme peculiar por los modos en que (a veces explícitamente y otras veces no) remite al presente histórico. En su primera mitad se sugieren algunos rastros de la crisis económica mundial más reciente, mostrando jóvenes que no tienen futuro ni trabajo y multinacionales que despiden masivamente a sus trabajadores. Y aparece, además, la omnipresencia del terrorismo, un aspecto casi cotidiano en la vida de quienes habitan las grandes ciudades europeas: desde su estreno en Francia en el mes de julio de 2016, a Nocturama le siguieron al menos once atentados en Europa que hacen eco del espíritu epocal que representa. En el caso de este filme, el descontento social se materializa con los protagonistas que deciden explotar bombas en monumentos y zonas emblemáticas de París, como un intento de hacerle frente al capitalismo.

 Cuando la ciudad se prende fuego, Bonello decide jugar con una paradoja tan obvia como ridícula: los rebeldes anti-sistema deciden que el único lugar donde pueden esconderse durante la noche es un shopping. Ahí surgen algunos hallazgos, como los continuos juegos y cambios de perspectiva, que mutan desde un montaje paralelo hacia el registro de una cámara de seguridad que registra (¿vigila?) sin cortes las acciones de cada personaje.  O el pasaje donde la cámara sigue a uno de los chicos hasta que se ve enfrentado con un maniquí que reproduce su apariencia: remera azul de Nike y zapatillas que le hacen juego.

 Este solo momento es un gran ejemplo de lo fascinante que puede llegar a ser Nocturama cuando Bonello trabaja el poder de las imágenes para sugerir y hacer preguntas: ¿cuáles son las posibilidades de forjar una identidad propia en un sistema que (aun rechazándolo) nos bombardea de imágenes-mercancía y deseos estandarizados? Pero hay otra pregunta clave que aparece en Nocturama, o al menos una discusión necesaria que se desprende de la película: ¿qué tanto podemos imaginar formas de enfrentar este sistema capitalista que lo acapara todo? Y es ahí donde el filme de Bonello suele hundirse en una mirada política torpe y vacía.

Las escenas en el shopping se vuelven claves ya que terminan de abandonar la naturaleza evocativa de la primera mitad de la película y descienden hasta dejar en evidencia la falta de ideas que Bonello esconde detrás de sus habilidades estéticas. Así, el desarrollo narrativo expone la superficialidad con que están concebidos los protagonistas: “después de este atentado nada va a ser lo mismo”, dice uno de ellos mientras sus compañeros se pasean por el shopping desierto, juegan con autos a control remoto y se prueban vestimentas de última moda. En una de las decisiones narrativas más irritantes, uno de los rebeldes deja entrar al shopping a dos mendigos como un acto de caridad que (posteriormente) va a costarles la vida.

Qué va a cambiar con el accionar “político” de los protagonistas, parece ser una pregunta que nunca habita la película. La construcción de los personajes queda tan desdibujada que terminan reducidos a la figura de marginales cool; unos “rebeldes sin causa” en el peor de los sentidos que puede adoptar esa etiqueta. Y Nocturama, en el trayecto, llega a mimetizarse con las ideas frívolas de sus criaturas. Es la revolución hípster en bajas calorías.