Bixa Travesty, el documental que retrata a la cantante trans Linn da Quebrada, se une a otros films brasileros que exploran la diversidad sexual en medio de la misión evangelizadora del bolsonarismo. Se ve hasta el miércoles en el Cineclub Municipal.
Bixa Travesty (2018), Kiko Goifman & Claudia Priscilla
Por Iván Zgaib
*Esta nota fue publicada el 13/09/2019 en La Nueva Mañana
Es casi imposible ver Bixa Travesty sin reconocer su fuerza contestataria. En sólo tres minutos, después de pasearnos por las cavernas de São Paulo y escupirnos una canción volcánica en la boca, Linn da Quebrada mira directo a cámara. Le habla a los machos sin temblar, casi sin rendirse a cerrar los ojos. Hace olas invisibles con los dedos, como una bruja que lanza su conjuro. El castillo de los privilegios masculinos se está por derrumbar. “Vamos a invadir esos espacios”, ronronea con la seguridad de una felina que desafía y seduce en simultáneo.
Su confrontación juguetona no aparece aislada; se repite en el mapa del cine brasilero contemporáneo. La fantasía política imaginada por Sol Alegría, de Tavinho Teixeira, exhibe la expresión más creativa de esa ola: un festejo camp y tropicalista de jóvenes y monjas que usan el sexo como una ametralladora para hacer acabar a un gobierno fascista. Pero algo similar podría decirse de películas como Lembro Mais dos Corvos, Música para quando as luzes se apagam o Doce Amianto. Todas formas de explorar la diversidad sexual que brotan en las tierras arrasadas por la misión evangelizadora del bolsonarismo.
El cine puede crear espacios comunes para esa resistencia y Linn da Quebrada ofrece algo semejante: una cantante trans que se chupa los dedos metálicos mientras canta sobre “maricas afeminadas”. Ella es “la reina negra y loca de las favelas”, una terrorista de género que asusta exhibiendo el goce. Un placer sin vergüenza. Linn es la protagonista gigante que buscan retratar Kiko Goifman y Claudia Priscilla en Bixa Travesty. Es su mayor atracción, y a la vez, su mayor problema.
Resultaría difícil negar que Linn expone prácticas e ideas interesantes. Se apropia del funk y lo despoja de la misoginia. Abraza la identidad queer y hace pie en los barrios periféricos de pobres y negros brasileros. Es decir, su energía subversiva pone en sintonía reivindicaciones de género, clase y raza. Son ideas tan potentes que la película parece quedar obnubilada frente a ellas: gran parte de Bixa Travesty está destinada a captar ese imaginario, pero hace pocos esfuerzos por construir una mirada nueva sobre ellos.
Eso se pone de manifiesto en el contraste superficial entre las escenas donde Linn habla a la cámara y aquellas donde tiene conversaciones aparentemente espontáneas con sus amigas. En los dos casos, la película se limita a reproducir las declaraciones de principios que tiene su protagonista. Lo que cambia es la puesta en escena (la cámara se evidencia primero y se invisibiliza después), pero los resultados son los mismos. La película está al servicio de las afirmaciones de Linn. Lo mismo sucede cuando pone a la protagonista a mirar fotos viejas para relatar su pasado; un recurso de manual que desentona con la vitalidad de los archivos.
Las salidas más interesantes se abren cuando el film construye otros procedimientos. En ciertas escenas, por ejemplo, se vale de las virtudes performáticas de la cantante para crear pasajes oníricos: pone a las protagonistas a luchar en medio de la selva, con una voz en off que parece salida de un documental sobre especies raras. Ese extrañamiento permite que el film se corra del ensimismamiento fiel (y desmedido) con la protagonista.
En otros pasajes, la película insiste con éxito sobre el registro de los cuerpos. No dejan de ser peculiares las escenas de baños, que vuelven como un sueño recurrente. Linn bañándose con su madre, sola o con sus amigas al filo de una terraza. Cada uno de esos momentos escenifican corporalidades diferentes y desinhibidas, pero también otras maneras (más libres) en que se esos cuerpos se relacionan y en que se (de)construye la intimidad entre ellos.
Nada de eso es en vano. Después de todo, la protagonista de Bixa Travesty lucha por empujar una concepción distinta de entender la corporalidad; reacia a las categorías cerradas de género y movilizada por el torrente del deseo. Pero Linn sigue siendo una figura demasiado original, demasiado fuerte para el documental convencional que busca retratarla. Es un problema de distintas frecuencias: el de un personaje más grande que su propia fiesta-homenaje.
* Bixa Travesty se ve hasta el miércoles en el Cineclub Municipal Hugo del Carril.