La graduación de Beyoncé

Homecoming, el documental sobre el recital que dio Beyoncé en Coachella, trasciende las aproximaciones megalómanas de las películas sobre estrellas y pone en escena a la comunidad negra reivindicando su cultura.

946417216-Beyonce-CoachellaHomecoming (2019), Beyoncé

 

Por Iván Zgaib

 *Esta nota fue publicada  el 26/04/2019 en La Nueva Mañana

 

Beyoncé nunca fue a la universidad, pero a los 37 años montó una fiesta colegiala con músicos marchando al golpeteo de tambores y faraonas negras desfilando por el escenario como felinas en techos de ciudad. Una recreación: como si las celebraciones de universitarios negros ocuparan el centro del Festival de Coachella, donde nunca antes hubo una cantante de color al mando. Una reafirmación: Beyoncé, a la vez música y performer, mujer y negra, reclamando su lugar.

Eso es Homecoming: una manifestación política en forma de encantamiento pop. Una ensoñación crepuscular que se lanza desde el escenario de uno de los festivales musicales más grandes de Estados Unidos hasta retorcer los cuerpos de fanáticos en trance, como si fueran testigos de una procesión milagrosa. Un registro documental de aquel concierto y un diario de su montaje, propagado en los canales chatarra de Netflix. Su alcance es, para Beyoncé, otra forma de quebrar el paredón: acá están, negros y orgullosos, acaparando las luces blancas del espectáculo de blancos. “Mirennos”, dice.

Cualquier documental sobre estrellas musicales hecho desde adentro (es decir, por los mismos cantantes y sus equipos) tiende a caer en el intento marketinero de vender una imagen propia. Usualmente no hay distancia del ojo que mira, sino un ensimismamiento calculador que compone un producto de sí: la publicidad disfrazada de película. Por eso, lo verdaderamente conmovedor de Homecoming (un documental dirigido, escrito y protagonizado por Beyoncé) recae en su habilidad para correrse de la aproximación megalómana. Su protagonista no está montando un espectáculo sobre sí misma: ella está ahí, siendo con otros.

Esto no quiere decir precisamente que la película evite regodearse en cierto culto a su estrella: los pasajes que cronican la preparación del recital la muestran como una mujer obstinada  a combatir todas las embestidas que amenazan su plan. Pero incluso allí, los registros abren espacio para otros personajes (músicos y bailarines), todos retratados en una imagen granulosa de Súper 8: más que publicidad pristina, todo se desarrolla como si formara una memoria afectiva resguardada en videos caseros cubiertos de polvo. Es el retrato de una familia; un clan creado en el barro de los ensayos, donde Beyoncé es la matriarca que marca el paso.

beyonce homecoming

Entonces: amor filial y camaradería. La temática universitaria que recorre el documental está clara en ese sentido. El recital entero recrea las celebraciones tradicionales de los estudiantes negros y los registros del ensayo retratan a Beyoncé y su equipo como universitarios mancomunados que pasan las noches despiertos para rendir un examen final. Pero la conexión más subterránea de estos episodios es otra, la historia de una reivindicación. La población negra de Estados Unidos, históricamente castigada y marginada, conquista sus derechos. Los pibes y las pibas de color pueden acceder a las universidades que alguna vez les cerraron las puertas, así como Beyoncé puede subirse al escenario de un Festival que había sido reacio a otorgarle el lugar principal a una mujer negra.

La puesta en escena está armada para eso. Crea un espacio visual al modo de un llamado de atención, una convocatoria a ese pueblo negado: la congregación de músicos y bailarines negros que se amontonan en las gradas arriba del escenario; los planos abiertos que encuadran a ese cuerpo colectivo celebrando. La atención de la cámara es también sobre la corporalidad: hombres y mujeres que bailan coreografías compartidas y a la vez encuentran lugar para sus movimientos singulares. Siluetas curvas, culos pulposos y pelos rizados que se exhiben y  celebran como herencia negra. Lo que alguna vez había sido señalado como defecto y vergüenza, se abraza orgullosamente. Se escenifica y su sentido cambia.

Un efecto espejado: los planos de esa comunidad artística que festeja sobre el escenario se corresponden a los contraplanos de la tribu(na) multitudinaria, donde miles de chicos y chicas con pelos rizados y pieles oscuras hacen pogo. “Era importante que quienes nunca se habían visto representados sintieran que estaban en ese escenario con nosotros”, dice Beyoncé en una grabación que se escucha ruidosa, como un viejo discurso de Malcolm X.

Ese es, en fin, el gesto de su documental: visibilizar cuerpos-otros, devolverles dignidad. Lo de Beyoncé es un acto por acaparar las imágenes que construyeron de ella y de su comunidad. No hay nada que lamentar. Homecoming es una fiesta. “Mirennos”, parece decir ella. O más bien, “miremosnós”. Por primera vez, miremosnós celebrar nuestra cultura y nuestro cuerpo en el escenario luminoso de Coachella, en las pantallas algorítmicas de cada hogar. Eso nadie lo va a poder arrebatar.

Anoche fue un zoológico de gemelos malvados

Nosotros, la nueva película de terror de Jordan Peele, indaga la identidad negra y la desigualdad social en una línea que la une a expresiones culturales tan diversas como las de Obama y Beyoncé.

Us NosotrosUs (2019), Jordan Peele

 

Por Iván Zgaib

 *Una versión de esta nota fue publicada el 05/04/2019 en La Nueva Mañana

 

 

Jordan Peele: estadounidense; 40 años; nerd autoproclamado que visita los parques de Harry Potter con el entusiasmo de un niño pinchando piñatas o soñando con montar escobas voladoras. Éste es el geek por el cual apuestan jugadores tan diversos como académicos de los estudios afroamericanos, productores sedientos de dinero y millenials que dejan las pantallas del hogar para visitar los templos del cine mainstream en decadencia. Con ¡Huye!, su primera película que cortó entradas record, Peele llamó la atención por desacomodar los motivos del terror: los monstruos ya no eran los negros, sino familias blancas, progres y universitarias. Todas ellas, desesperadas por conjugar encantos hipnóticos con tacitas de porcelana heredadas del abuelo. ¿De qué otra manera podrían sostener su status quo de privilegio?

La joven obra de Peele puede pensarse dentro de una corriente de films disímiles que observan el presente de Estados Unidos; un tiempo interpelado por la sombra del primer hombre negro que llegó a sentarse en el sillón de la Casa Blanca. El mito de un país post-racial, donde blancos y negros ahora vivirían armónicamente, es confrontado de manera tajante; especialmente tras la escalada de Trump al poder. En el documental detectivesco Did you wonder who fired the gun?, Travis Wilkerson viaja en el tiempo para evitar que las huellas del racismo se esfumen “como la niebla de la mañana”. Es una jugada ligeramente hermanada con la de Spike Lee en Infiltrado del KKKlan, donde una ficción policial interroga cómo las manchas del supremacismo blanco se han vertido sobre las relaciones sociales pero también sobre las representaciones del cine a lo largo del tiempo. En Blindspotting, el pulso de la actualidad puede percibirse en la calle: Carlos López Estrada filma un vecindario que se transforma mercantilmente y pone en tensión las identidades de la población negra que solía habitar ese espacio de otra manera. Incluso en el cine mainstream, Pantera negra emerge para reivindicar la tradición cultural de estos ciudadanos como una fuente de heroísmo.

Cada una de esas películas se niega a bajar la cabeza, porque el conflicto racial no es cosa de otra época. Hasta en la cultura pop, Jay-Z y Beyoncé emprenden una batalla semejante. Toman el Louvre y perrean frente al rostro inexpresivo de la Mona Lisa mientras cantan: “no puedo creer que lo logramos”. Ahí están, refregándose en el palacio que exhibe la hegemonía cultural de un Occidente blanco. Y algo de ellos, del matrimonio pop de color imbatible y del Obama que asumió la presidencia, aparece reflejado en Nosotros, la nueva película de Jordan Peele que es y (a la vez) no es exclusivamente sobre el conflicto racial estadounidense. Los protagonistas, una familia negra que consiguió los derechos de cualquier otro ciudadano, son perseguidos por unos dobles malignos. Se ven igual que ellos, pero emergieron de los túneles subterráneos donde los marginados montan una guerrilla para reclamar su lugar en el mundo. Entonces: a cada Beyoncé y Jay-Z que “lo ha logrado”, una sombra de doppelgängers menos privilegiados, condenados a vivir en la pobreza.

Beyonce Jay ZBeyoncé y Jay-Z en el videoclip Apeshit

 

Nosotros cruza los conflictos de raza y de clase para recordar que la identidad nacional de Estados Unidos sigue fragmentada. Las imágenes de una vieja campaña para combatir el hambre vienen a cumplir esa función dramática: configuran el recuerdo de una promesa incumplida que fue sepultada y condenada al olvido. Los monstruos que suben las alcantarillas y asoman sus cabezas retorcidas en las ciudades de cemento redoblan el conflicto. Es el retorno de lo reprimido. Con el correr de la narración, Jordan Peele va humanizando aquellos dobles; les otorga necesidades dramáticas al igual que a los protagonistas. Un gesto: quebrar la figura del antagonista más tradicional en el cine de terror, cuyo accionar es puro salvajismo. Las divisiones entre buenos y malos, héroes y enemigos, se ponen en duda.

El modo en que Peele sortea esta mirada tiene resultados variados. Su fortaleza es más evidente cuando establece ese universo narrativo y se toma el tiempo necesario para enriquecerlo. El extrañamiento se construye de manera progresiva, la puesta en escena evoca el terror sin caer en golpes efectistas y el acercamiento a sus personajes se sostiene en la empatía. Ésta es una película que utiliza elementos fantásticos, pero nunca olvida que el eje emocional está anclado en los protagonistas. A contramano, todo se enmaraña con el avance narrativo. Parte de su estrategia se basa en usar personajes para explicar los giros de la historia, lo cual constituye una decisión por demás perezosa. Lo que eran hallazgos de atmósferas y personajes quedan limitados por un guion expositivo.

Nosotros, igual que ¡Huye!, se presenta como una pieza cinematográfica irregular; llena de grietas, pero también de destellos que anuncian otras exploraciones posibles en el cine industrial contemporáneo. Por lo pronto, una promesa: Jordan Peele ha tomado las riendas del terror estadounidense. No cómo un espectáculo de trucos ni evocaciones de dramas personales, sino como un prisma para mirar hacia afuera. Quizás más que nunca, el presente da miedo.