En El proyecto Florida, el director Sean Baker recupera la tradición del cine estadounidense independiente con una libertad inusual. Cruzando a Willem Dafoe con actores no profesionales, explora el paisaje de las realidades sociales y los sueños de la cultura estadounidense.
The Florida Project (2017), Sean Baker
Por Iván Zgaib
*Esta nota fue publicada originalmente el 26/03/2018 en La Nueva Mañana
Hollywood no se comió a Sean Baker. El proyecto Florida, su última película, quizás sea la más grande que haya hecho hasta ahora: es la primera que realiza junto a los grandes estudios, con un presupuesto considerable y una estrella como Willem Dafoe a la cabeza. Pero nada de eso parece desacomodar el ADN que recorre la filmografía del director estadounidense. Entre Take Out y Tangerine, el gen perdido del cine independiente del siglo XX está latiendo en sus películas. Y con El proyecto Florida vuelve a recuperar el gesto de esos neoyorkinos que sacaron las cámaras de los sets controlados y salieron a filmar por las calles llenas de mugre y vida.
Uno puede ver este filme y sentir ecos de la espontaneidad juguetona que capturaba Morris Engels en los niños, o la pulsión carnal que perseguía John Cassavetes en sus actores. Y con esto quiero decir que, desde la cámara exploradora a la narración desacartonada, Baker lleva bajo el brazo una piedra preciosa que ilumina una pregunta ensombrecida: ¿qué formas puede adoptar cierto cine estadounidense del siglo XXI cuando lo independiente se ha convertido en una etiqueta mercantilizada y repetida sin mucho criterio?
Esbozar una sinopsis de esta película puede ser complicado, porque El proyecto Florida no se construye en torno a una historia que avance con acciones dramáticas causales. A cambio de eso, Baker presenta un grupo de personajes que se conectan a través del espacio: un hotel de mala muerte, con paredes lilas grumosas y habitaciones claustrofóbicas, es el lugar donde Bobby trabaja como encargado. Ahí mismo, Halley y su hija pequeña Moonme intentan juntar el poco dinero que tienen para pagar una habitación todas las semanas. Igual que otras familias, estas chicas viven sin hogar fijo; pasan los meses dependiendo de la disponibilidad de un cuarto barato, como si fueran turistas de segunda clase en su propia casa. Se trata de un costado social que podría deformar la película en algo solemne, estereotipado o calculado, pero todos esos riesgos se liberan con la visión de Baker: más que un relato clásico, El proyecto Florida se desenvuelve como el registro de una experiencia.
The Florida Project (2017), Sean Baker
La película avanza como si adoptara la despreocupación de unos niños que se pasan las tardes brillosas del verano jugando: así se suelta de las ataduras y artilugios que suelen imponer las estructuras narrativas. Por el contrario, Baker prioriza la creación de una puesta en escena espacializada, donde los movimientos y seguimientos de cámara se convierten en el dispositivo para cartografiar los recovecos del hotel que unen a sus personajes. Por eso hay una hermosa escena donde el director se toma cuatro minutos para filmar a Moonme y sus amigos desde la vereda de en frente: la cámara se mueve del cemento hacia la altura del segundo piso mientras los niños suben las escaleras del hotel. Sin cortes de montaje, los sigue cuando corretean de una punta a la otra, sólo para espiar a una vecina que hace topless a orillas de la pileta.
En esos momentos, Baker logra hacernos experimentar el lugar como si se tratara de un patio de recreo donde Moonme y sus amigos se embarcan en aventuras desconocidas. Así, el recorrido por unos edificios abandonados puede volverse una expedición. La cámara ubicada en el suelo parece convertir el baldío en una jungla donde los niños se hunden entre la vegetación crecida. Y ninguno de estos registros espaciales son arbitrarios, porque el director juega con un detalle narrativo que tiene implicancias poéticas y políticas sobre la forma del filme: el hotel donde viven estos personajes está ubicado a pocos metros de Disney. Entonces lo que vemos en El proyecto Florida se configura como una experiencia de clase social, donde el parque de diversiones más famoso del mundo permanece casi siempre fuera de la pantalla: no podemos verlo porque es inalcanzable dentro del horizonte de estos niños. Aunque Disney esté a la vuelta de la esquina, sigue perteneciendo al orden de las fantasías.
La atención que Baker presta a los personajes infantiles no hace más que convertir los baldíos, los cuartos diminutos y los rincones soleados del hotel en su propia versión de un parque de diversiones marginal. El modo en que utiliza el aspecto del cinemascope para estirar la imagen no sólo incorpora a los personajes a su entorno, sino que también refleja la fragilidad de los niños. Cada vez que toma distancia, la composición de los planos generales exponen las siluetas diminutas contra construcciones gigantes y desoladas.
The Florida Project (2017), Sean Baker
Abrazando esta libertad formal y narrativa, Baker combina dos aspectos que podrían pensarse como contrapuestos: la curiosidad espontánea de un niño y la mirada de lince de un director que está acariciando su etapa más madura. Entre los hoteles feos y edificios abandonados que dibujan este paisaje, el director se anima a poner a Willem Dafoe con un grupo de actores sin experiencia. Se trata de un riesgo inusual que alcanza un triunfo perfecto. Todo el elenco se mueve en una sintonía idéntica, poniendo en cuerpo una sensación de comunidad que traspasa los planos de la realidad y la ficción: Dafoe se entrega con generosidad a sus compañeros de actuación, del mismo modo en que su personaje intenta acompañar la soledad de Halley y Moonme.
Es esa extraña fusión entre lo real y las fantasías lo que reaparece de distintas formas en El proyecto Florida. Esto es lo que permite redescubrir la tradición del cine americano independiente como un gesto de indagación y riesgo. Cuando Baker se niega a quedar atrapado en el laberinto de Hollywood, nos regala su logro más conmovedor y potente: emprende una exploración de lo real al mismo tiempo que desnuda las fantasías de su cultura. Y El proyecto Florida cierra de manera misteriosa, sin que podamos distinguir dónde termina el sueño