The Post, el nuevo filme de Steven Spielberg nominado al Oscar, actualiza algunos elementos del cine estadounidense marcado por la paranoia. Al mismo tiempo desconfiada y esperanzadora, la película filma con delicadeza a un grupo de periodistas que quiere destapar las mentiras del gobierno en los ’70.
The Post (2017), Steven Spierlberg
Por Iván Zgaib
*Esta nota fue publicada originalmente el 5/2/2018 en La Nueva Mañana
¿Qué les pasa a algunos yankys que siempre se muestran con desconfianza? Un capítulo de su historia reciente podría estar dedicado al imaginario cultural de la paranoia, un sentimiento de sospecha tan descontrolado que plagó la consciencia colectiva de recuerdos oscuros. Hubo pobres comunistas perseguidos y comunistas invasores infiltrados, extraterrestres grises ocultos y guerras cínicamente planificadas, héroes políticos asesinados y políticos fraudulentos escrachados. La nebulosa pasivo-agresiva que extendió la Guerra Fría fue la cortina para este espectáculo; la desesperación causada por una amenaza oculta a punto de estallar, pero que nunca se desnuda por completo.
Quizás pocas películas hayan expresado aquella atmósfera histórica como lo hizo Dr. Insólito… (1964), donde Stanley Kubrick satirizó un mundo resignado a aceptar el estado de incertidumbre absoluta. Es decir: sí, la bomba nuclear podía estallar en cualquier momento. Y este mismo lente de la paranoia podría utilizarse para leer un lado B en el cine estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Pensemos en El embajador del miedo (1964), que tejía una narración enmarañada donde el enemigo de la población parecía casi inidentificable, volviendo locos a quienes intentaban perseguirlo. Y también está La conversación (1974), el filme de Coppola según el cual todos los ciudadanos comunes podían ser víctimas del espionaje.
Tras el asesinato de Kennedy y los escándalos del presidente Nixon, la década del 70 terminó de consolidar las manifestaciones del thriller paranoico. En esa burbuja de peligro escurridizo se movieron The Parallax View y Todos los hombres del presidente, filmes de Alan J. Paluka que seguían hombres empecinados en conectar los puntos de un mapa invisible: la constelación del mal se gestaba en las sombras, a espaldas de la ciudadanía. Y hay algo de todo esto que aparece cuatro décadas más tarde en The Post, la nueva película de Steven Spielberg nominada al Oscar. Con Meryl Streep y Tom Hanks a la cabeza, el filme recupera un hecho real de los ’70 para mostrar a los periodistas del Washington Post investigando documentos secretos del Pentágono. Las fuentes misteriosas les van a susurrar: hay una verdad en el fondo de aquel laberinto. Podría probar que Nixon y otros presidentes han mentido a la población estadounidense.
The Post mantiene una actitud de desconfianza hacia el gobierno, pero se aferra a una creencia romántica en el periodismo. Y Spielberg compone con precisión una puesta en escena que expresa ese punto de vista. Por eso hay planos similares que se repiten a lo largo de la película: la cámara se mete entre los escritorios de la sala de redacción y sigue sin cortes a un periodista caminando de una punta a otra, rodeado de otros colegas que trabajan. El modo en que Spielberg filma cómo un papel pasa de mano en mano exige que la cámara se mueva con la urgencia de un periodista corriendo tras la primicia. Pero el director también sabe cuándo calmarse para aprovechar la versatilidad de sus actores. Así, la cámara se detiene o se acerca al rostro de su mayor estrella, explorando la fragilidad y la convicción que combina Streep cuando debe tomar una decisión importante.
Más allá de algunas declaraciones subrayadas que aparecen al final, el director no necesita verbalizar la importancia del periodismo. Por el contrario, crea una aproximación estética que habla por sí misma; se acopla con el fin de registrar un grupo de reporteros luchando contra reloj para exponer las mentiras del gobierno. Es esa delicadeza la que parece convertir a The Post en una reivindicación del cine clásico. Spielberg nos recuerda que construir una narración transparente no equivale a tratar de idiota a la audiencia y que centrarse en el relato no implica quedar atrapado en un guión literario.
El filme está lleno de pequeños detalles que parecen insignificantes, pero que esconden una genialidad subrepticia. Como la escena donde los periodistas están estudiando unos documentos en la casa del editor del diario. Ahí, Spielberg interrumpe la situación de trabajo con el plano de un ama de casa observando a los reporteros. Es una imagen que no entenderemos hasta más tarde, cuando nos enteramos que la esposa del editor estaba calculando la comida para los periodistas.
En ese sentido, hay una mirada atenta sobre el lugar de las mujeres, exponiendo un mundo de hombres que las subestima constantemente. No es casual que Spielberg decida comenzar otras escenas con la cámara del lado de Streep, mientras la vemos ingresar a reuniones llenas de tipos que no la escuchan. El director presta el ojo para visibilizar a esas mujeres ninguneadas que se plantan de la manera que mejor pueden. La cámara que empieza filmando a Streep desde su altura y luego flota por encima de ella no hace otra cosa que expresar eso: la presión que siente la protagonista por tener que tomar decisiones cuando pocos la creen capacitada.
El rol activo de las mujeres pertenecía al fuera de campo en Todos los hombres del presidente, filme de 1976 que se basaba en otra investigación del Washington Post. Como si se tratara de una precuela realizada cuatro décadas más tarde, The Post muestra una mirada del ’70 anclada en el 2018. Incluso la sensación de sospecha parece menos nihilista que la mayor parte de los thrillers paranoicos de los ’60 y ’70, depositando una creencia reivindicadora en el periodismo. Se trata de una mirada optimista que Todos los hombres del presidente compartía, pero que parece aún más idealista ahora, cuando los límites entre los medios, los gobiernos y el mercado son cada vez más difusos. La mirada desconfiada y esperanzadora de The Post funciona bajo la orquesta de artilugios cinematográficos que Spielberg despliega para construir su mundo ilusorio. Como una fábula antigua, el filme toma la forma de una fantasía política que viajó en el tiempo. Viene a preguntarnos por qué su visión del periodismo sólo existe en un mundo ficticio.