
City of the Sun (2017), de Rati Oneli
Por Iván Zgaib
*Esta nota fue publicada originalmente el 26/02/2017 en Escribiendo Cine
La sección Forum del Festival de Berlín no suele incluir los grandes nombres y directores que se lleva la Competencia Oficial. No se queda con la primera película que hizo Kaurismäki en seis años, ni tampoco con los flashes de las cámaras que persiguen a Richard Gere por la alfombra roja. El Forum de la Berlinale es menos escandaloso; sostiene un perfil bajo, pero las películas que componen su programación parecen estar unidas por un carácter común. En cada una de ellas subyace una búsqueda que corre al cine de sus estructuras consolidadas, que pone en jaque los dictámenes más clásicos y convencionales.
Divagando por los films de esta sección, podían encontrarse directores que corrieron la mirada hacia los espacios que habitan sus protagonistas. From a Year of Non-Events, por ejemplo, recupera el Súper 8 y el 16 mm para adentrarse en una granja del norte alemán, donde un anciano de 90 años transcurre sus días. La temporalidad se vuelve una clave para este film co-dirigido por Ann Carolin Renninger y René Frölke: las secuencias avanzan con la transformación del paisaje, con las gotas de lluvia que se deslizan por las hojas de las plantas, con los rayos de sol que entran por la ventana y anuncian el cambio de estación.
Lejos de una narración directa, la película se desarrolla al modo de una experiencia; es el registro que intenta menoscabar la fragilidad de la percepción, es la cámara como una cazadora del tiempo difuso, de la fugacidad de los detalles. Por esto el retrato sobre el espacio se vuelve fundamental. En una de las escenas, el protagonista recibe a unos conocidos y conversan mientras toman la merienda. Como espectadores podemos escuchar lo que dicen, pero casi no observamos a las personas. Por el contrario, vemos los bordes de la mesada, las pelusas del gato que ruedan sobre el suelo, una tarta llena de frambuesas rojas que brillan sobre la imagen granulada. El registro espacial de la película no se reduce entonces a meras transiciones ni descripciones, sino que adquiere una potencia poética. Se trata de la cotidianeidad personal que está a punto de escabullirse a la mirada.
En otro acercamiento a la experiencia de la intimidad, Adiós entusiasmo sigue a una familia argentina que convive en un departamento donde la madre está siempre encerrada, comunicándose con sus hijos detrás de una puerta que le oculta el rostro. Si From a Year of Non-Events observa el carácter efímero del día a día, Adiós entusiasmo pone la cámara en un lugar de registro, donde el objetivo toma la forma de una familia atascada en el espacio y en el tiempo. El departamento se convierte así en un escenario despojado de cualquier marca histórica, como una suerte de limbo con coordenadas difusas donde los personajes confirman y negocian la dinámica de sus vínculos. Ahí está la madre, ese gran fuera de campo que nunca vemos pero que impregna la película con su voz y sus órdenes constantes. El director Vladimir Durán trabaja la potencialidad de aquella figura invisible al hacer foco en cómo incide sobre lo que sí vemos. Cuando Axel, el niño de la familia, habla sobre su obsesión por la materia negra no hace otra cosa que sugerir el corazón formal y dramático de la película: es eso imperceptible que atraviesa a los personajes a cada segundo, que cruza sus cuerpos y les marca los gestos.
El film de Vladimir Durán es especialmente revelador en los momentos más pequeños, en los vínculos que unen (a veces con cariño, a veces a la fuerza) a sus personajes. Para esto, las actuaciones ocupan un lugar privilegiado que les otorga una autenticidad palpable. El uso de los planos secuencia y de la cámara en movimiento constituye una decisión central para capturar aquella pulsión actoral. En uno de sus momentos más altos, la película sigue a Axel mientras gira sobre sí mismo y recorre los rincones del departamento, mostrando de fondo a cada uno de los integrantes familiares en su propio mundo. A través del niño, la escena logra conectar los momentos aislados de cada personaje, uniendo sus situaciones dramáticas y definiendo espacialmente su encierro.
A diferencia de Adiós entusiasmo, City of the Sun es un documental que vincula a los sujetos y su espacio más allá de las cuatro paredes y de los grupos cerrados. Este film dirigido por Rati Oneli lleva el plano de lo íntimo hacia lo colectivo, trazando la imagen de un pueblo perdido de Georgia. En una de las escenas, la cámara sigue a un hombre por las penumbras de la mina donde trabaja hacia las calles del pueblo y a una sala de teatro donde se prepara para actuar. En sólo unos minutos, el director construye visualmente el mapa de un pueblo marcado por la industria minera y por la naturaleza que lo rodea, por la soledad de un ambiente tosco y la vitalidad que logran sostener sus habitantes.
City of the Sun es especialmente sobresaliente por su trabajo sobre las imágenes y los sonidos. Se trata de una puesta formal que cree en el potencial expresivo del cine. De esa manera, el director oscila entre una cámara que se acerca a acompañar a sus protagonistas y otra que toma distancia para observar una comunidad que existe en y por su contexto. Esta perspectiva se vuelve evidente en las tomas aéreas, donde la cámara sigue los cables que conectan las minas con el resto del pueblo. A partir de este abordaje, Oneli logra integrar las escenas de un actor que trabaja en medio de la oscuridad minera, dos chicas que no paran de entrenar para las Olimpíadas y un profesor de música que tira abajo edificios. Con un clima enrarecido que roza lo apocalíptico, City of the Sun contrapone las sombras del mundo industrial con la libertad que los protagonistas encuentran en la música y el teatro. El cine, de la mano de Oneli, se equipara a aquellas artes: es un espacio de liberación que echa luz sobre el Forum de la Berlinale.